sábado, 27 de noviembre de 2010

¡TE LO REGALO!


Todos los días compro mi periódico de setenta céntimos en la esquina de donde tomo el bus. Se ha vuelto una costumbre, una cotidianidad mas, tanto como cepillarse o comer (No digo bañarme, porque no tomo ducha a diario). Nunca lo termino de leer, a veces ni siquiera empiezo, solo lo pongo en mi mochila-bolso-cartera y se queda olvidado hasta el día siguiente. Lo compro, más que una necesidad por informarme, como un compromiso, una prueba a los demás de que soy un chico al día en las noticias (a pesar de que cuando me preguntan sobre estas no sé ni mierda).
El martes fue diferente, me iba al instituto, un día cualquiera, y por primera vez había olvidado guardar el maldito periódico en mi bolso y lo llevaba en la mano, mostrando la cara principal de este. Gran Error. Odio que gente que no conozco empiece a hablarme en la calle. A mi costado se sentó un anciano, un viejo que, de alguna forma, me recordó a mi abuelo ya muerto. Miró mi periódico, desde hace rato ya estaba que lo ojeaba, y yo no hice nada en contra de esto. Otro Gran Error. Me dice que si se lo puedo prestar un momento, no hay problema, estiro la mano y se lo doy. Ahí es donde empieza mi sufrimiento.
El abuelito mira la primera plana y se mortifica. Empieza a decirme que como era eso posible, que un padre de la patria, uno de nuestros ministros, haya estado jalando plata de otra institución estatal. Solo le digo un ‘’lo sé, es el colmo’’, pero sin sentirlo, porque al ser peruano, uno ya está acostumbrado a eso, al robo, a la corrupción de la asquerosidad que llaman política. El anciano abre el periódico, y mientras pasa pagina por página, leyendo todos los artículos periodísticos, me los comenta y me los lee, como si yo fuera alguna clase de analfabeta o un idiota que no es capaz de leer por sí solo. Asiento con la cabeza o digo un ‘’si’’ de forma claramente incomoda de vez en cuando. El abuelo no entendió la indirecta, que no quería que me leyera el puto diario, que yo ya lo había leído (o al menos ojeado) y que no era necesario. Seguía y seguía. No solo yo, la gente a mi alrededor tenía una clara expresión de incomodidad. Fueron treinta minutos, mientras el continuaba con su monologo, ya que me canse de asentir y mirarlo, y dirigí mi vista hacia la ventana.
Al fin. No, no guardo silencio, había llegado a mi paradero. Le pido permiso al abuelo para que pueda bajar. Cierra el periódico y me dice que gracias por prestárselo. ‘’Quédeselo, ya lo termine de leer’’, le digo con una sonrisa afable, y sobre todo sincera, estaba aliviado de que no lo escucharía mas, quizás no lo vuelva a ver nunca más en mi vida. Además era cierto, ya lo había terminado de leer, o mejor dicho, el lo había leído por mí. ‘’Muchas Gracias’’, me dice, mostrando dientes que obviamente no eran suyos, era una dentadura. Baje del bus riéndome de mi mismo y de mi suerte, mientras miradas se dirigían a mí por mis estruendosas y solitarias carcajadas. En mi mente pasaban pensamientos locos, como que el viejito seguiría leyendo el diario que le regalé y al mismo tiempo atormentando a la gente a su alrededor.

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